Miradas

sábado, 4 de junio de 2011

Algo que no tiene título... Capítulo 1


''El hombre era alto y tan flaco que parecía siempre de perfil'' esa fue la última vez que se escuchó la voz en mis sueños antes de despertarme de golpe.
Me levanté, aturdida, había vuelto a soñar con lo mismo, siempre la misma voz que repetía las mismas palabras una y otra vez.
Fui a por mí bata, me peiné un poco el pelo para bajarme las greñas de la noche y me dirigí a la cocina para desayunar. Ahí estaba Emily la niñera que había cuidado de mí desde que Don Marcos me adoptó cuando tenía apenas 2 años. Emily era morena, con unos grandes ojos negros que delataban una gran sabiduría y mucho cariño, y de ya una avanzada edad, que a pesar de haber entrado de sirvienta en la mansión de Don Marcos a una edad de 16 años, a sus 45 todavía seguía esforzándose todos los días y siempre tenía una sonrisa estampada en la cara, casi nunca se la veía triste, sólo cuando pasaba algo bastante grave.
- Hola Emily - la saludé medio bostezando.
- Ay que ver Samanta, ¿todavía a estas horas y con sueño? - me riñó - Ya sabes que hoy tienes que tocar para Don Marcos y sus invitados, deberías estar practicando.
- Ya, pero...
- Ni peros ni peras, anda desayuna y sube a tu cuarto a prepararte - sentenció poniéndome delante el desayuno.
- Vaya, vaya, ¿ya se despertó la bella durmiente? - Se oyó una voz detrás de nosotras.
Nos dimos la vuelta y vimos a Fígaro, el mayordomo, un hombre de edad similar a la de Emily, su pelo canoso siempre estaba perfectamente cuidado, (sinceramente yo siempre dudaba que fuera su pelo de verdad), era alto y los años no pasaban en balde por su piel, sin embargo, era un excelente consejero y poseía varios conocimientos de medicina, por lo que ayudaba a Don Marcos a llevar las riendas de la casa.
-¿Haciendo novillos otra vez? - dijo - Esta juventud de hoy en día... No sabe más que quejarse y no hacer nada de provecho.
Le ignoré, y me concentré en mi desayuno. Pero él siguió hablando.
-... Y luego vienen a pedirnos ayuda, para qué les enseñamos si luego van a volver sin idea de lo que tienen que hacer... - Fígaro había tenido 6 hijos con su difunta mujer, Claudia. El primero creo recordar, se había ido a estudiar al extranjero y apenas se sabía de él, sus dos hijas mayores se habían casado y vivían por el pueblo, el cuarto era Michael que estaba siguiendo los mismos pasos que su padre y rondaba por la mansión ayudando a su viejo padre, tenía un año menos que yo y era muy desobediente. Y los dos últimos no sobrevivieron al parto, en el que también murió Claudia.
- Fígaro lo sabemos, lo has repetido miles de veces - dijo Emily cansada del sermón matutino del viejo mayordomo.
- Es que necesita a alguien a quien contarle sus cuentos de viejo - dijo una voz detrás de Fígaro.
Entonces entró a la cocina Michael, el 4º hijo del mayordomo, un chico moreno con unos pequeños ojos azules herencia de su difunta madre y alto para su edad, iba, como siempre, vestido con ropas muy holgadas para él, decía que así se sentía más cómodo.
- Michael Berrien, ¿se puede saber dónde demonios estabas? ¡Tendrías que estar en la puerta recibiendo a los invitados! - le riñó su padre.
- Pero si ni siquiera han llegado todavía... Además tenía cosas mejores que hacer - añadió mirando hacia otro lado.
- ¿De verdad? Como qué... - le interrogó su padre.
- Eh... - empezó a decir - Pues...
- Pues... Pues ayudarme para esta tarde - le ayudé.
- Eh, ¿Cómo? ¡Digo! Sí, ayudarla - se rió y se colocó junto a mí.
- Mm... Cómo que ayudarla… - siguió Fígaro entrecerrando los ojos y acercándose a nosotros.
- Papá, ¡¿en qué estas pensando?! – dijo Michael con cara de defraudado y la giró para no tener la de su padre de frente.
- ¡Fígaro! - Le reprimió Emily.
- Oh... Mi padre nunca insinuaría esas cosas sobre mí - siguió actuando dramáticamente Michael, con una mano en la frente.
- Cómo ha podido señor Berrien - empecé yo también.
- ¿Qué? ¿Yo? ¿Pero qué...? ¡Ah...! - Dejó de insistir y salió por la puerta enfurruñado.
Vimos como se fue maldiciendo por lo bajo y después nos echamos a reír a carcajadas. No es que nos gustara burlarnos del señor Berrien, pero cuando se enfadaba era muy divertido y decía cosas que carecían de sentido, por no hablar de las maldiciones que se inventaba.
- Y Michael... ¿Qué eran esas cosas "mejores" que tenias que hacer? - le interrogó Emily esta vez.
- Cosas mías - dijo dándose la vuelta y proponiéndose salir de allí.
- No tendrá nada que ver con una tal Lidia - dejó caer sutilmente Emily - ¿Verdad?
Michael paró en el acto y se acerco a nosotras. Estaba sorprendido de que Emily supiera algo, pues había dado en el clavo.
- ¿Cómo lo sabes? No se lo he dicho a nadie. - dijo el chico en voz baja, como si quisiera que no lo escucharan.
- Yo me entero de absolutamente todo, pequeño Mike - dijo Emily sonriendo.
Y eso era verdad, no había secreto en esta casa y puede que hasta en el pueblo que Emily no supiera, aunque claro ella nunca diría algo sobre la intimidad de otra persona si ésta no quisiera que lo hiciera. Por eso siempre podías confiar en Emily. Siempre.
- ¿Lidia? ¿Lidia Santos? - pregunté, curiosa -, ¿La hija del Señor Edgar, el carnicero?
- Si, la misma que viste y calza - bajó la cabeza, sonrojado.
- Oh... que ricura - dijo Emily pellizcándole en la mejilla.
- ¡Emily...! - dijo Michael intentando soltarse del agarre de la niñera - Ya no soy un niño pequeño...
- Pues para mi si, y dime... - se acercó a él - ¿Ella siente lo mismo?
- No pienso decir ni una palabra más - y salió de la cocina corriendo.
- Ay que ver... le podría haber ayudado - dijo Emily poniéndose una mano en la mejilla en señal de pena.
- Los hombre son así, ni aún con toda tu experiencia de mujer conseguiría algo que tiene que hacer por él mismo - la consolé.
Y eso que Emily tenía mucha experiencia con los hombres, no por nada se había casado ya 3 veces. Su primer marido, Rufus Standler, con el que se había casado a los 18 años y con el que había tenido 2 hijos varones, había fallecido hacía ya mucho tiempo en un accidente de tren. Tiempo después, con 29 años, se casó con Teodoro Discayl un famoso abogado del pueblo vecino, con el que tuvo una hija, Margaret, que vive con su abuela en el pueblo donde nació su padre y de vez en cuando viene a visitarnos, por desgracia el Señor Discayl desapareció y su cuerpo fue encontrado destrozado y en descomposición cerca del río. Fue un duro golpe para Emily, aunque yo a penas lo recuerdo puesto que era muy pequeña. Y el último, y actual marido de Emily, Gary Génoras, un hombre de constitución fuerte, alto, rubio y con unos ojos de un color gris pálido, era un aventurero incansable y siempre iba y venía de todos los lugares del mundo y cuando pasaba por aquí nos contaba sus aventuras, quería mucho a Emily y había tenido con ella un hijo llamado Ezel, que era muy parecido a él.
- Si... Qué razón tienes en eso - dijo en un suspiro -. Anda, acaba ya de desayunar y sube a prepararte.
- ¿El desayuno...? - miré mi vaso de leche y mis tostadas, estaban completamente frías -. Ups, lo olvidé...
- Ay... anda sube que ya recojo yo todo esto, ¡vamos! - me apremió Emily.
Me levanté, salí de la cocina y me dirigí a mi cuarto. Cuando llegué a mi cuarto al entrar, ya había alguien allí, era Don Marcos, él era un hombre de 51 años de pelo canoso y ropas lujosas, siempre iba con un bastón aunque no cojeara y tenía un extravagante hobbie con los sombreros, puesto que, cada día llevaba uno diferente a cada cual mas cómico o extraño. Él era el dueño de las tierras de Mystic Falls, que era muy rica por sus campos, además manejaba también temas relacionados con la política, se podía decir que era un hombre importante en el comercio tanto exterior como interior.
Estaba asomado a la ventana, carraspeé para hacer notar mi presencia.
Don Marcos se giró y me miró con sus ojos azules, llenos de sabiduría y experiencias vividas, unos ojos cansados de ver mundo y sufrir, pero que aún así, eran tan expresivos como la primera vez que se abren los ojos al nacer.
- Oh, buenos días Samanta, - echó una última mirada por la ventana y se acercó a mi - te estaba buscando, quería ver si estabas preparándote para la tarde.
- Si, acabo de desayunar, iba a preparar la ropa.
- Entiendo... ¿Qué piensas ponerte? - preguntó.
- Pues no sé, un vestido quizás.
- No, no, déjate de vestidos, ponte algo cómodo - me insistió.
- ¿Por? - pregunté, puesto que para este tipo de eventos se solía llevar vestido, ir elegante.
- Hazme caso - Y se fue.
Bueno, no iba a negarme, mejor para mí. Me acerqué al tocador y miré mi reflejo en el espejo. Suspiré. Estaba cansada, últimamente había estado muy ajetreada practicando y estudiando, había notado que empezaban a exigirme más esfuerzo que antes. Aunque siempre fue así. Desde los 5 años había estado aprendiendo todo tipo de cosas, aritmética, ciencias, a manejar las cuentas y las cosas de casa para el futuro, aprendí a tocar el violín y también sabía tocar el piano y un largo listado de más cosas...
Por eso, no solía relacionarme mucho con niños de mi edad, ya que siempre estaba encerrada dedicándome a los deberes. Era un total aburrimiento. Pero tenía un secreto, siempre que ocurría algo que pudiera ocasionar un despiste a los mayores, me escapaba de allí sin ser vista. Para jugar por el pueblo.
Y jugaba, jugaba y jugaba hasta no poder ni sostenerme en pie. En uno de esos días, fue cuando conocí al que hoy sería mi mejor amigo, Marian Cross, un chico pelirrojo al igual que yo, pero con un tono mucho más oscuro y liso pero sus puntas se levantaban hacia afuera. Marian podía ser tan obediente como desobediente y no se interesaba mucho por el negocio familiar, él decía que quería ser científico. Podías decir que Marian parecía muy despreocupado hasta incluso un poco tonto e incluso borde, pero de tonto no tenía ni un pelo, era muy inteligente solo que... No lo daba a mostrar muy a menudo.
Recuerdo cuando nos conocimos por primera vez, yo estaba sola en los columpios y él se acercó...
Estaba tranquila columpiándome hasta que vi acercarse a un niño con cara de enfado...
- ¡Eh, tú! ¿Qué haces en mi columpio? - me espetó el niño.
- Yo... No sabía que… Esto era tuyo...
- ¡Pues ahora lo sabes! Quítate ahora mismo - ordenó mordaz el niño.
Me enfadé, me levanté del columpio, estaba dispuesta a irme por el coraje que tenía, pero antes le dejaría un par de cosas claras a ese chico.
- Primero, ¡egoísta! El columpio es de todos, no veo tu nombre escrito en él. Segundo, ¡mandón! Tú no eres quién para mandarme ni ordenarme absolutamente nada ¿me oyes? ¡Nadie!. Así que déjame en paz. Y tercero... ¡Piérdete tonto! -comencé a alejarme de él, cuando me llamó:
- Eh, espera un momento.
- Y qué quieres ahora, ¡te he dicho que me dejes en paz!
Se cruzó de brazos mientras pensaba y... Me tendió su mano.
- Hola, soy Marian Cross, encantado - me saludó con una sonrisa en el rostro.
- ¿Qué? - dije, perpleja, ese chico hacia unos minutos me estaba gritando.
- Tienes carácter, me gusta, hasta ahora todos a los que le había hecho lo mismo se habían ido sin rechistar, pero tú no.
- Pero si hace unos minutos estabas...
- Sólo era una prueba - me cortó él -¡Eh! ¡Vamos a jugar!
Y a partir de ese día, nos fuimos conociendo más y más. Sonreí, eran ya tantos los momentos divertidos que pasábamos juntos, metiéndonos en líos, además también descubrimos que éramos vecinos. Nuestras casas estaban un poco apartadas pero eso daba igual. Siempre nos juntábamos para ir a cualquier sitio. Y hoy mismo, había quedado con él después de tocar. Aunque nadie lo sabía. Si lo hubieran sabido no me habrían dejado ir. Últimamente, Don Marcos decía que se estaba volviendo muy peligroso salir fuera. Le preguntábamos el por qué, pero nunca respondía.
Me miré por última vez al espejo y fui al armario a sacar la ropa. Hice como había dicho Don Marcos, de entre toda mi ropa escogí ropa cómoda pero también formal. Me vestí y miré el reloj, todavía quedaban quince minutos para que empezara a tocar. Me acerqué a la ventana y observé el pueblo, Mystic Falls no es que fuera un pueblo muy grande pero parecía tener un lugar para cada persona que vivía en él. Era un pueblo rodeado de un agradable verdor y un tranquilo río lo cruzaba que provenía de una preciosa cascada al norte, en el cual podías darte un refrescante chapuzón cada verano.
Entonces escuché que alguien llamaba a la puerta. La abrí y me encontré con Ezel, el hijo pequeño de Emily.
- Hola Ezel, ¿qué quieres? - pregunté.
- Venía a traerte esto. - y me enseñó un colgante de una pequeña estrella con dos alitas plateadas abrazándola - Es tuyo, ¿verdad?
- Sí, ¿de dónde lo has sacado?
- Mi mami me lo dio y me dijo que te lo devolviera.
- Muchas gracias, es muy importante para mí, no sé dónde debo tener la cabeza para perder algo tan importante.
- ¿Por qué es tan importante? - preguntó Ezel, con un brillo de curiosidad en la mirada.
- Porque es el único recuerdo que tengo de mis padres... Además lo conservo desde que tengo memoria y, como me adoptaron con él supongo que será de ellos.
- Ah... - dijo un poco triste por mi historia - Oye, ¿los echas de menos?
- Mm... A veces. Cuando estoy sola o triste, me acuerdo de ellos, me gustaría que estuvieran aquí y que me abrazaran.
- Pero eso ya lo hacemos nosotros - dijo Ezel, haciendo pucheros.
- Ya pero, cuándo te sentirías más a gusto, ¿cuándo te abrazara tu mamá o cuándo lo hiciera yo?
- Pues... cuando lo hiciera mi mami.
- Claro, no es cuestión de confianza o cariño, es algo que… cómo decirlo, lo sientes. Cuando te abraza tu madre, sientes algo especial y protector que otras personas por mucho que conozcas no te dan. En como un amor abstracto que está ahí y que sientes.
Hubo unos momentos de silencio en los cuales cada uno nos centramos en nuestros pensamientos y desconectamos del mundo. A veces, me costaba ocultar la duda que tenía respecto a mis padres. Sí, los extrañaba... O tal vez, no quería verlos por el temor al rechazo, ya que, si me dejaron en ese orfanato posiblemente era un problema más que una alegría para ellos. Quizá fue por problemas económicos o familiares, puede que también fueran demasiado jóvenes para asumir una responsabilidad como lo era un bebé, o tal vez, simplemente no me querían. También podían estar muertos, pero yo sentía en mi corazón que eso no era cierto. No podía negar que me hubiera gustado conocerles, saber cómo eran, y, tal vez, puede que tuviera algún hermano en alguna parte del mundo. Por otro lado, les preguntaría por qué lo hicieron, por qué me abandonaron.
Tan ensimismada estaba que no volví a la realidad hasta que Michael me llamó.
- ¿Hola, no me escuchas? Estoy llamándote.
- ¿Qué? Eh… ¿Dónde está Ezel?
Se encogió de hombros y dijo que lo había visto salir pero que no sabía a donde habría podido ir.
- Venia a ver si estabas ya lista. Es casi la hora. ¿Estás?
- Sí.
- Perfecto, pues luego nos vemos. Mantén los pies en la tierra – me guiñó el ojo.
Y se fue. Miré el reloj. En efecto, ya era casi la hora, cogí el estuche del violín y salí de mi habitación en dirección al salón principal. Cuando entré por la puerta me encontré con Fígaro, que me acompañó hasta donde estaba Don Marcos, una vez allí él me presentó a todos los demás que le acompañaban, saludé a todos y me dirigí al pequeño escenario que habían colocado para la ocasión.
***
Era de noche, las luces de la mansión estaban encendidas ya que dentro seguían celebrando una fiesta. Todo parecía normal, demasiado tranquilo, y eso en cierto modo le ponía alerta.
Mientras seguía sumido en sus pensamientos, se percató de un chico que entró a hurtadillas por la puerta del jardín trasero, lo conocía, lo había visto muchas veces saliendo y entrando, era el hijo de los Cross.
Vio como Marian se acercó a la puerta y se situó detrás de un seto, como si quisiera que no lo descubrieran. < Pues es tarde para eso, ingenuo… > pensó, él estaba escondido entre unos árboles, nadie le descubriría ahí, y desde ese lugar tenía una buena visión de todo el jardín. Podía ver incluso al hijo de los Cross escondido. De pronto, la puerta se abrió lentamente, Marian se metió más entre los setos.
- ¿Marian…? ¿Estás ahí? – era la hija del dueño de la mansión, Samanta.
- ¿Sammy, eres tú? – susurró Marian, fue apenas un murmullo, pero a pesar de que se lo hubiera dicho incluso al oído de la chica, él los habría escuchado.
- Soy yo, ¿cuánto llevas aquí?
- Acabo de llegar – dijo saliendo del seto y dirigiéndose a su amiga.
- Ah, menos mal, dime que nadie te ha vis… - Samanta se paró en seco - ¡¡MARIAN CORRE!!
Peligro… El ataque ha comenzado. Primer movimiento realizado.

5 comentarios:

  1. ¡Bravo, bravo y bravo! Con tan sólo leerte apenas tres líneas ya se sabe que tienes talento. Aprovéchalo y sácale partido. Llegarás muy alto si sigues así. Felicidades, serás una nueva celebridad.

    ResponderEliminar
  2. Jajajajaja, muchísimas gracias, pero no quiero ponerme como meta la fama, soy conformista y con gustarle a unos tantos ya me siento muy bien conmigo misma :)
    Aunque, por otra parte, tu comentario me hace querer superarme a mí misma.

    ResponderEliminar
  3. No siempre la mejor de las metas es la fama, puesto que te hace vil y ruín, sin embargo; una buena meta es también saber hasta dónde eres capaz. Sigue así o mejor si es posible, me llena de alegría tanta buena puntuación y tal calibre a la hora de argumentar.

    Saludos!

    ResponderEliminar
  4. Ya te lo dije, pero lo repito, eres buenísima! Sigue escribiendo y plasmando todo lo que se te ocurra.. eres genial! :D
    Un besiito :)

    ResponderEliminar
  5. La fama... tan pronto estás arriba, como abajo... No sé, esa inestabilidad no me gusta, además, afectaría a mi vida tal y como yo la veo.
    Mi meta es superarme a mí misma, y hacer que la gente se entretenga leyéndome :)
    Muchísimas gracias, Ruther, se hace lo mejor que se puede. :)
    Y Crsty, ¡un beso a ti también! Y sigue con lo tuyo, ¿eh? Jajaja

    ResponderEliminar