Miradas

lunes, 12 de septiembre de 2011

Mi motivo para escribir :)


Esto no es un relato como las otras cosas que he escrito, simplemente, sentía la necesidad de poner la pregunta que una amiga me hizo y, de paso, poner mi respuesta. Y de paso, la he retocado un poco, pero es prácticamente lo mismo.


- Nerea, me ha encantado tu pregunta. Ahora, me gustaria saber algo... ¿Por qué empezaste a escribir? ¿Qué fue lo que te impulsó a hacerlo? :)


- Yo siempre he dicho que empecé soñando, sintiendo, viviendo :) Ahora, eso fue lo mismo que me impulsó a usar las letras, hacerme su amiga, jugar y disfrutar con ellas. Lo conseguí y me di cuenta de que me gustaba, me encantaba, lo amaba y lo más importante, podía expresarme sin límites ni miedo. Podía hacer, decir, pensar y escribir lo que yo quisiera :) Siempre que pasaba por alguna situación que fuera grande para mí o me superaba, sentía la necesidad de evadirme en mí misma, además es como tener un amigo que siempre está ahí, te cuida, te escucha, te comprende... :) Hasta hace un tiempo, yo soñaba junto a cada libro que leía, a cada película o serie que veía, los entornos, las sensaciones, las vivencias... mis seres queridos, todo solía ser perfecto para dejar volar mi imaginación :) Y fue hasta hace poco que sentí la necesidad de escribir :) 


Encontrar las letras que formarían la frase de mi vida. Buscar mis palabras :)





Así que ya lo sabéis, escribo, más que nada, por mí misma, puede sonar egoísta, sí, pero... Si a mí no me gustara lo que escribo, no tendría sentimiento, ¿y a quién le gustaría?

Otra cosa que quería decir tiene que ver con esto tres meses en los que no he escrito nada, posiblemente el tiempo se alargue aún más, y lo siento, pero no pienso estar atada a la "publicación", lo haré cuando crea que es el momento, puede ser mañana, la semana que viene o dentro de mucho más tiempo, quién sabe... Escribiré cuando lo necesite, no cuando me lo digan.

domingo, 5 de junio de 2011

Carta a un difunto...

Queridísimo recuerdo:

Bueno… Ciertamente, no sé cómo empezar estas líneas, mi mente siempre se muestra indispuesta a colaborar al principio, y más por temas como estos…
¿Cuál es el fin de que te escriba esto? Sinceramente no lo sé, quizá sea por intentar sentirme un poco mejor conmigo ya que al escribir, saco de mí todos mis pensamientos y me siento más libre, y también velar un poco tu memoria.

Quería decirte que me perdonaras estas últimas semanas, en las que casi no te acompañé, pero no me sentía con la suficiente fuerza como para verte postrado en esa cama, lleno de cables y con la piel pálida… Pero no podría estar evitando el día, escapando de hacerte tal visita y ese día llegó. Nada más verte, sentí un vacío en mi corazón, un vacío opresor, tal y como yo pensaba, no lo iba a poder soportar, y poco después me senté en esa silla, agaché la cabeza y empezé a llorar. Se acercaron a mí, me consolaron y me dijeron "no llores, porque puede oírte" y aunque me costó, me callé.


Mis ojos se humedecen al recordar ese día… Perdóname, sé que no habrías querido verme llorar, pero ya me conoces y sabes que todo eso fue más fuerte que yo… Al fin y al cabo, todavía soy muy joven, ¿qué esperabas? 

Discúlpame por no poder callarme, y aún así, tener que hacerlo para no mostrar mi debilidad. Tengo que servir de apoyo en este momento.
Hay demasiados corazones sin consuelo, rotos, heridos, abandonados… Llorando…

Ese momento fue duro y frío, sentimos que te ibas y te perdíamos.

Entiéndeme, por todas las lágrimas derramadas, fueron muchas y duelen pero, ¿son suficientes? Seguramente, hubo, hay, y habrá más.

Buitres negros, discúlpame, pero los veo, han llegado y nunca, jamás se irán.

Los corazones lloran cuando sienten que te han perdido… Demasiados corazones con una profunda y joven herida que, quizá, poco a poco y día a día, tengan valor de empezar a cerrar la herida.

Es demasiado frío este momento…

Tengo que consuelo de que por lo menos no estás solo, pues aunque te fuiste solo, nos llevaste contigo, igual que nosotros nos quedamos con algo de ti.

Sé que estoy contigo. Sé que estás conmigo.

                                                                                                                             Te quiero, Nerea.

sábado, 4 de junio de 2011

Algo que no tiene título... Capítulo 1


''El hombre era alto y tan flaco que parecía siempre de perfil'' esa fue la última vez que se escuchó la voz en mis sueños antes de despertarme de golpe.
Me levanté, aturdida, había vuelto a soñar con lo mismo, siempre la misma voz que repetía las mismas palabras una y otra vez.
Fui a por mí bata, me peiné un poco el pelo para bajarme las greñas de la noche y me dirigí a la cocina para desayunar. Ahí estaba Emily la niñera que había cuidado de mí desde que Don Marcos me adoptó cuando tenía apenas 2 años. Emily era morena, con unos grandes ojos negros que delataban una gran sabiduría y mucho cariño, y de ya una avanzada edad, que a pesar de haber entrado de sirvienta en la mansión de Don Marcos a una edad de 16 años, a sus 45 todavía seguía esforzándose todos los días y siempre tenía una sonrisa estampada en la cara, casi nunca se la veía triste, sólo cuando pasaba algo bastante grave.
- Hola Emily - la saludé medio bostezando.
- Ay que ver Samanta, ¿todavía a estas horas y con sueño? - me riñó - Ya sabes que hoy tienes que tocar para Don Marcos y sus invitados, deberías estar practicando.
- Ya, pero...
- Ni peros ni peras, anda desayuna y sube a tu cuarto a prepararte - sentenció poniéndome delante el desayuno.
- Vaya, vaya, ¿ya se despertó la bella durmiente? - Se oyó una voz detrás de nosotras.
Nos dimos la vuelta y vimos a Fígaro, el mayordomo, un hombre de edad similar a la de Emily, su pelo canoso siempre estaba perfectamente cuidado, (sinceramente yo siempre dudaba que fuera su pelo de verdad), era alto y los años no pasaban en balde por su piel, sin embargo, era un excelente consejero y poseía varios conocimientos de medicina, por lo que ayudaba a Don Marcos a llevar las riendas de la casa.
-¿Haciendo novillos otra vez? - dijo - Esta juventud de hoy en día... No sabe más que quejarse y no hacer nada de provecho.
Le ignoré, y me concentré en mi desayuno. Pero él siguió hablando.
-... Y luego vienen a pedirnos ayuda, para qué les enseñamos si luego van a volver sin idea de lo que tienen que hacer... - Fígaro había tenido 6 hijos con su difunta mujer, Claudia. El primero creo recordar, se había ido a estudiar al extranjero y apenas se sabía de él, sus dos hijas mayores se habían casado y vivían por el pueblo, el cuarto era Michael que estaba siguiendo los mismos pasos que su padre y rondaba por la mansión ayudando a su viejo padre, tenía un año menos que yo y era muy desobediente. Y los dos últimos no sobrevivieron al parto, en el que también murió Claudia.
- Fígaro lo sabemos, lo has repetido miles de veces - dijo Emily cansada del sermón matutino del viejo mayordomo.
- Es que necesita a alguien a quien contarle sus cuentos de viejo - dijo una voz detrás de Fígaro.
Entonces entró a la cocina Michael, el 4º hijo del mayordomo, un chico moreno con unos pequeños ojos azules herencia de su difunta madre y alto para su edad, iba, como siempre, vestido con ropas muy holgadas para él, decía que así se sentía más cómodo.
- Michael Berrien, ¿se puede saber dónde demonios estabas? ¡Tendrías que estar en la puerta recibiendo a los invitados! - le riñó su padre.
- Pero si ni siquiera han llegado todavía... Además tenía cosas mejores que hacer - añadió mirando hacia otro lado.
- ¿De verdad? Como qué... - le interrogó su padre.
- Eh... - empezó a decir - Pues...
- Pues... Pues ayudarme para esta tarde - le ayudé.
- Eh, ¿Cómo? ¡Digo! Sí, ayudarla - se rió y se colocó junto a mí.
- Mm... Cómo que ayudarla… - siguió Fígaro entrecerrando los ojos y acercándose a nosotros.
- Papá, ¡¿en qué estas pensando?! – dijo Michael con cara de defraudado y la giró para no tener la de su padre de frente.
- ¡Fígaro! - Le reprimió Emily.
- Oh... Mi padre nunca insinuaría esas cosas sobre mí - siguió actuando dramáticamente Michael, con una mano en la frente.
- Cómo ha podido señor Berrien - empecé yo también.
- ¿Qué? ¿Yo? ¿Pero qué...? ¡Ah...! - Dejó de insistir y salió por la puerta enfurruñado.
Vimos como se fue maldiciendo por lo bajo y después nos echamos a reír a carcajadas. No es que nos gustara burlarnos del señor Berrien, pero cuando se enfadaba era muy divertido y decía cosas que carecían de sentido, por no hablar de las maldiciones que se inventaba.
- Y Michael... ¿Qué eran esas cosas "mejores" que tenias que hacer? - le interrogó Emily esta vez.
- Cosas mías - dijo dándose la vuelta y proponiéndose salir de allí.
- No tendrá nada que ver con una tal Lidia - dejó caer sutilmente Emily - ¿Verdad?
Michael paró en el acto y se acerco a nosotras. Estaba sorprendido de que Emily supiera algo, pues había dado en el clavo.
- ¿Cómo lo sabes? No se lo he dicho a nadie. - dijo el chico en voz baja, como si quisiera que no lo escucharan.
- Yo me entero de absolutamente todo, pequeño Mike - dijo Emily sonriendo.
Y eso era verdad, no había secreto en esta casa y puede que hasta en el pueblo que Emily no supiera, aunque claro ella nunca diría algo sobre la intimidad de otra persona si ésta no quisiera que lo hiciera. Por eso siempre podías confiar en Emily. Siempre.
- ¿Lidia? ¿Lidia Santos? - pregunté, curiosa -, ¿La hija del Señor Edgar, el carnicero?
- Si, la misma que viste y calza - bajó la cabeza, sonrojado.
- Oh... que ricura - dijo Emily pellizcándole en la mejilla.
- ¡Emily...! - dijo Michael intentando soltarse del agarre de la niñera - Ya no soy un niño pequeño...
- Pues para mi si, y dime... - se acercó a él - ¿Ella siente lo mismo?
- No pienso decir ni una palabra más - y salió de la cocina corriendo.
- Ay que ver... le podría haber ayudado - dijo Emily poniéndose una mano en la mejilla en señal de pena.
- Los hombre son así, ni aún con toda tu experiencia de mujer conseguiría algo que tiene que hacer por él mismo - la consolé.
Y eso que Emily tenía mucha experiencia con los hombres, no por nada se había casado ya 3 veces. Su primer marido, Rufus Standler, con el que se había casado a los 18 años y con el que había tenido 2 hijos varones, había fallecido hacía ya mucho tiempo en un accidente de tren. Tiempo después, con 29 años, se casó con Teodoro Discayl un famoso abogado del pueblo vecino, con el que tuvo una hija, Margaret, que vive con su abuela en el pueblo donde nació su padre y de vez en cuando viene a visitarnos, por desgracia el Señor Discayl desapareció y su cuerpo fue encontrado destrozado y en descomposición cerca del río. Fue un duro golpe para Emily, aunque yo a penas lo recuerdo puesto que era muy pequeña. Y el último, y actual marido de Emily, Gary Génoras, un hombre de constitución fuerte, alto, rubio y con unos ojos de un color gris pálido, era un aventurero incansable y siempre iba y venía de todos los lugares del mundo y cuando pasaba por aquí nos contaba sus aventuras, quería mucho a Emily y había tenido con ella un hijo llamado Ezel, que era muy parecido a él.
- Si... Qué razón tienes en eso - dijo en un suspiro -. Anda, acaba ya de desayunar y sube a prepararte.
- ¿El desayuno...? - miré mi vaso de leche y mis tostadas, estaban completamente frías -. Ups, lo olvidé...
- Ay... anda sube que ya recojo yo todo esto, ¡vamos! - me apremió Emily.
Me levanté, salí de la cocina y me dirigí a mi cuarto. Cuando llegué a mi cuarto al entrar, ya había alguien allí, era Don Marcos, él era un hombre de 51 años de pelo canoso y ropas lujosas, siempre iba con un bastón aunque no cojeara y tenía un extravagante hobbie con los sombreros, puesto que, cada día llevaba uno diferente a cada cual mas cómico o extraño. Él era el dueño de las tierras de Mystic Falls, que era muy rica por sus campos, además manejaba también temas relacionados con la política, se podía decir que era un hombre importante en el comercio tanto exterior como interior.
Estaba asomado a la ventana, carraspeé para hacer notar mi presencia.
Don Marcos se giró y me miró con sus ojos azules, llenos de sabiduría y experiencias vividas, unos ojos cansados de ver mundo y sufrir, pero que aún así, eran tan expresivos como la primera vez que se abren los ojos al nacer.
- Oh, buenos días Samanta, - echó una última mirada por la ventana y se acercó a mi - te estaba buscando, quería ver si estabas preparándote para la tarde.
- Si, acabo de desayunar, iba a preparar la ropa.
- Entiendo... ¿Qué piensas ponerte? - preguntó.
- Pues no sé, un vestido quizás.
- No, no, déjate de vestidos, ponte algo cómodo - me insistió.
- ¿Por? - pregunté, puesto que para este tipo de eventos se solía llevar vestido, ir elegante.
- Hazme caso - Y se fue.
Bueno, no iba a negarme, mejor para mí. Me acerqué al tocador y miré mi reflejo en el espejo. Suspiré. Estaba cansada, últimamente había estado muy ajetreada practicando y estudiando, había notado que empezaban a exigirme más esfuerzo que antes. Aunque siempre fue así. Desde los 5 años había estado aprendiendo todo tipo de cosas, aritmética, ciencias, a manejar las cuentas y las cosas de casa para el futuro, aprendí a tocar el violín y también sabía tocar el piano y un largo listado de más cosas...
Por eso, no solía relacionarme mucho con niños de mi edad, ya que siempre estaba encerrada dedicándome a los deberes. Era un total aburrimiento. Pero tenía un secreto, siempre que ocurría algo que pudiera ocasionar un despiste a los mayores, me escapaba de allí sin ser vista. Para jugar por el pueblo.
Y jugaba, jugaba y jugaba hasta no poder ni sostenerme en pie. En uno de esos días, fue cuando conocí al que hoy sería mi mejor amigo, Marian Cross, un chico pelirrojo al igual que yo, pero con un tono mucho más oscuro y liso pero sus puntas se levantaban hacia afuera. Marian podía ser tan obediente como desobediente y no se interesaba mucho por el negocio familiar, él decía que quería ser científico. Podías decir que Marian parecía muy despreocupado hasta incluso un poco tonto e incluso borde, pero de tonto no tenía ni un pelo, era muy inteligente solo que... No lo daba a mostrar muy a menudo.
Recuerdo cuando nos conocimos por primera vez, yo estaba sola en los columpios y él se acercó...
Estaba tranquila columpiándome hasta que vi acercarse a un niño con cara de enfado...
- ¡Eh, tú! ¿Qué haces en mi columpio? - me espetó el niño.
- Yo... No sabía que… Esto era tuyo...
- ¡Pues ahora lo sabes! Quítate ahora mismo - ordenó mordaz el niño.
Me enfadé, me levanté del columpio, estaba dispuesta a irme por el coraje que tenía, pero antes le dejaría un par de cosas claras a ese chico.
- Primero, ¡egoísta! El columpio es de todos, no veo tu nombre escrito en él. Segundo, ¡mandón! Tú no eres quién para mandarme ni ordenarme absolutamente nada ¿me oyes? ¡Nadie!. Así que déjame en paz. Y tercero... ¡Piérdete tonto! -comencé a alejarme de él, cuando me llamó:
- Eh, espera un momento.
- Y qué quieres ahora, ¡te he dicho que me dejes en paz!
Se cruzó de brazos mientras pensaba y... Me tendió su mano.
- Hola, soy Marian Cross, encantado - me saludó con una sonrisa en el rostro.
- ¿Qué? - dije, perpleja, ese chico hacia unos minutos me estaba gritando.
- Tienes carácter, me gusta, hasta ahora todos a los que le había hecho lo mismo se habían ido sin rechistar, pero tú no.
- Pero si hace unos minutos estabas...
- Sólo era una prueba - me cortó él -¡Eh! ¡Vamos a jugar!
Y a partir de ese día, nos fuimos conociendo más y más. Sonreí, eran ya tantos los momentos divertidos que pasábamos juntos, metiéndonos en líos, además también descubrimos que éramos vecinos. Nuestras casas estaban un poco apartadas pero eso daba igual. Siempre nos juntábamos para ir a cualquier sitio. Y hoy mismo, había quedado con él después de tocar. Aunque nadie lo sabía. Si lo hubieran sabido no me habrían dejado ir. Últimamente, Don Marcos decía que se estaba volviendo muy peligroso salir fuera. Le preguntábamos el por qué, pero nunca respondía.
Me miré por última vez al espejo y fui al armario a sacar la ropa. Hice como había dicho Don Marcos, de entre toda mi ropa escogí ropa cómoda pero también formal. Me vestí y miré el reloj, todavía quedaban quince minutos para que empezara a tocar. Me acerqué a la ventana y observé el pueblo, Mystic Falls no es que fuera un pueblo muy grande pero parecía tener un lugar para cada persona que vivía en él. Era un pueblo rodeado de un agradable verdor y un tranquilo río lo cruzaba que provenía de una preciosa cascada al norte, en el cual podías darte un refrescante chapuzón cada verano.
Entonces escuché que alguien llamaba a la puerta. La abrí y me encontré con Ezel, el hijo pequeño de Emily.
- Hola Ezel, ¿qué quieres? - pregunté.
- Venía a traerte esto. - y me enseñó un colgante de una pequeña estrella con dos alitas plateadas abrazándola - Es tuyo, ¿verdad?
- Sí, ¿de dónde lo has sacado?
- Mi mami me lo dio y me dijo que te lo devolviera.
- Muchas gracias, es muy importante para mí, no sé dónde debo tener la cabeza para perder algo tan importante.
- ¿Por qué es tan importante? - preguntó Ezel, con un brillo de curiosidad en la mirada.
- Porque es el único recuerdo que tengo de mis padres... Además lo conservo desde que tengo memoria y, como me adoptaron con él supongo que será de ellos.
- Ah... - dijo un poco triste por mi historia - Oye, ¿los echas de menos?
- Mm... A veces. Cuando estoy sola o triste, me acuerdo de ellos, me gustaría que estuvieran aquí y que me abrazaran.
- Pero eso ya lo hacemos nosotros - dijo Ezel, haciendo pucheros.
- Ya pero, cuándo te sentirías más a gusto, ¿cuándo te abrazara tu mamá o cuándo lo hiciera yo?
- Pues... cuando lo hiciera mi mami.
- Claro, no es cuestión de confianza o cariño, es algo que… cómo decirlo, lo sientes. Cuando te abraza tu madre, sientes algo especial y protector que otras personas por mucho que conozcas no te dan. En como un amor abstracto que está ahí y que sientes.
Hubo unos momentos de silencio en los cuales cada uno nos centramos en nuestros pensamientos y desconectamos del mundo. A veces, me costaba ocultar la duda que tenía respecto a mis padres. Sí, los extrañaba... O tal vez, no quería verlos por el temor al rechazo, ya que, si me dejaron en ese orfanato posiblemente era un problema más que una alegría para ellos. Quizá fue por problemas económicos o familiares, puede que también fueran demasiado jóvenes para asumir una responsabilidad como lo era un bebé, o tal vez, simplemente no me querían. También podían estar muertos, pero yo sentía en mi corazón que eso no era cierto. No podía negar que me hubiera gustado conocerles, saber cómo eran, y, tal vez, puede que tuviera algún hermano en alguna parte del mundo. Por otro lado, les preguntaría por qué lo hicieron, por qué me abandonaron.
Tan ensimismada estaba que no volví a la realidad hasta que Michael me llamó.
- ¿Hola, no me escuchas? Estoy llamándote.
- ¿Qué? Eh… ¿Dónde está Ezel?
Se encogió de hombros y dijo que lo había visto salir pero que no sabía a donde habría podido ir.
- Venia a ver si estabas ya lista. Es casi la hora. ¿Estás?
- Sí.
- Perfecto, pues luego nos vemos. Mantén los pies en la tierra – me guiñó el ojo.
Y se fue. Miré el reloj. En efecto, ya era casi la hora, cogí el estuche del violín y salí de mi habitación en dirección al salón principal. Cuando entré por la puerta me encontré con Fígaro, que me acompañó hasta donde estaba Don Marcos, una vez allí él me presentó a todos los demás que le acompañaban, saludé a todos y me dirigí al pequeño escenario que habían colocado para la ocasión.
***
Era de noche, las luces de la mansión estaban encendidas ya que dentro seguían celebrando una fiesta. Todo parecía normal, demasiado tranquilo, y eso en cierto modo le ponía alerta.
Mientras seguía sumido en sus pensamientos, se percató de un chico que entró a hurtadillas por la puerta del jardín trasero, lo conocía, lo había visto muchas veces saliendo y entrando, era el hijo de los Cross.
Vio como Marian se acercó a la puerta y se situó detrás de un seto, como si quisiera que no lo descubrieran. < Pues es tarde para eso, ingenuo… > pensó, él estaba escondido entre unos árboles, nadie le descubriría ahí, y desde ese lugar tenía una buena visión de todo el jardín. Podía ver incluso al hijo de los Cross escondido. De pronto, la puerta se abrió lentamente, Marian se metió más entre los setos.
- ¿Marian…? ¿Estás ahí? – era la hija del dueño de la mansión, Samanta.
- ¿Sammy, eres tú? – susurró Marian, fue apenas un murmullo, pero a pesar de que se lo hubiera dicho incluso al oído de la chica, él los habría escuchado.
- Soy yo, ¿cuánto llevas aquí?
- Acabo de llegar – dijo saliendo del seto y dirigiéndose a su amiga.
- Ah, menos mal, dime que nadie te ha vis… - Samanta se paró en seco - ¡¡MARIAN CORRE!!
Peligro… El ataque ha comenzado. Primer movimiento realizado.

Luchar es sobrevivir.

 Abuelita, cuéntame otra vez la historia de aquél niño.

- Está bien, mi querida Clara, verás: esta es la desgracia de un pobre niño huérfano, a quienes todos dieron la espalda por desconfianza, el pequeño des-afortunado, hambriento todos los días y noches, robaba y mendigaba todo aquello que podía, más de la mitad se lo daba a su hermanita, del resto él comía un poco y lo demás lo guardaba. Un día, cansado, llegó a su destartalada casa, si así podían llamarse las cuatro finas paredes que a duras penas aguantaban en pie, pero para ellos era suficiente con tener un techo, aunque este tuviera más agujeros que un queso, y una pequeña manta. En mitad de aquella noche negra y tormentosa, un hombre de oscura figura invadió la casita, destrozándolo todo, hiriendo de gravedad al chico con una lustrosa daga dorada y raptando a su hermanita. No se sabe qué sucedió después, seguramente, el chico murió y la chiquilla fue víctima de las más desagradables torturas, pero, existe un rumor que así dice: “de vez en cuando, algún comerciante es usualmente asaltado, dicen ver una figura de niño, con una llamativa cicatriz de pecho a espalda y aseguran que es aquél al que una vez, dieron la espalda por desprecio.”

8 años después…

Todavía la recuerdo muy bien, la historia que mi difunta abuela me contaba para enseñarme lo dura que es la vida y la forma en la que algunas personas se veían obligadas a vivirla, ya que de otra forma acabarían peor, aunque muchos decían que la muerte sería mejor que esta vida de mierda, ellos no luchaban, se resignaban y perdían. Aparté de mi cabeza esos macabros pensamientos, esto me pasaba al recordar a mi abuela.
Cuando volví a poner los pies en la tierra, me percaté de dónde me encontraba, me había quedado mirando embobada a la nada, apoyada en un árbol, miré mi reloj, ¡Dios, el concierto de Blue! Llegaba tarde, tuve que tomar un callejón, de cual desconfiaba, pero no podía entretenerme ni dar rodeos. No había llegado ni a la mitad cuando sucedió: un par de hombres se echaron sobre mí, me atraparon y me inmovilizaron.

- Vaya, no suelen frecuentar este lugar tales bellezas – mientras reía con una voz gangosa.

- Sí, Kupper, es muy bonita, – de su boca salía una mezcla de alcohol, tabaco y, buag, ¡sangre! - ¿sabes lo que te vamos a hacer, preciosa?

Me agarraban con tanta fuerza que me impedían hablar.

- ¡Ja, ja, ja, qué buena vida os dais chicos! – exclamó una voz socarrona.

- ¿¡Qu-quién demonios eres!? ¡Sal cobarde! – vociferó el tal Kupper.

Del techo del edificio bajó un hombre joven, de pelo moreno y muy despeinado como si no se hubiera peinado jamás, pero eso le daba un toque salvaje, me fijé en sus ojos, de un verde increíblemente intenso, y me sorprendió lo que vi en ellos: madurez, sabiduría y dolor. No muy común en un joven de la edad que él aparentaba y mucho menos esa sonrisilla de arrogancia que tenía.

- Chicos, mucho me temo que no puedo dejarles continuar, la chica está claramente en contra de sus objetivos. Así que… - con un par de golpes rápidos, tumbó a dos hombres, uno de ellos le doblaba en peso, después de eso me miró – Espero que estés bien, deberías tener más cuidado por donde andas, – aumentó su sonrisa - ¿quieres algo más?

- Eh… muchas gracias por salvarme, se lo recompensaré como pueda…

- Eso espero. – Me cortó, se giró dispuesto a irse pero ahí fue cuando me di cuenta. Pude ver en su espalda una cicatriz que seguía hasta su pecho.

- ¡Tú…! E-eres… ¡aquél niño de…! ¡Tienes la marca en…!

- ¿Qué? Ah, sí, esto es de…

- ¡De el hombre oscuro! ¡El que destrozó tu casa y raptó a tu hermana! No creía que fuera de verdad…

- No sé si me alegra que sepas tanto de mi vida.

- Es increíble… No puedo creerlo… ¡CUIDADO!

Empujé al chico antes de que uno de los hombres, que se había levantado, le golpeara sobre la cabeza, el joven, con notable eficacia, se recompuso y le propinó al hombre un golpe en la cabeza que hizo que se desplomara en el suelo.

- Bah… - suspiró observando el cuerpo – qué asco me dan, ellos no luchan, se someten al destino sin ninguna preocupación, disfrutan de la vida de este modo y encima acaban así, cobardes… - me miró – Ahora sí, adiós.

- ¡Espera! Yo también te he salvado del golpe, dime al menos tu nombre. Yo soy Clara Dorán.

- … - me miró largo rato, juzgándome, después sonrió - Llámame Will.

Y se fue. Caray, cómo corre, debe de estar acostumbrado a ser rápido y escurridizo, ¡Oh no! ¡El concierto!

                                                                                     * * *
¿Por qué tuvo que suceder? …


Íbamos caminando por la calle, Blue, Aure y yo, después del concierto de la primera. De la sombra había salido aquél hombre al que jamás olvidaré y dejaré de odiar. Un par de compinches nos inmovilizaron a Aure y a mí, él se ocupó de Blue. Hizo preguntas que no llegué a oír, sé que volvió a aparecer el joven, Will, se llamaba, iba acompañado de otro chico, pero no llegó a hacer nada, cuando miró al rostro de quien retenía a Blue, su rostro palideció para en seguida llenarse de ira y dolor, no pudo acercarse ya que si lo hacía mataría a Blue. Yo no me pude contener, aparté al hombre que me tenía en un descuido y me abalancé sobre el que parecía mover los hilos, pero no lo conseguí, cuando me quise dar cuenta no tenía a ese hombre entre mis manos, sino el cuerpo de mi amiga Blue, su pequeño cuerpo se estaba desangrando y era por mi culpa, los hombres habían desaparecido, nadie tenía un rasguño excepto Blue, que, como bien había advertido de hombre oscuro, se estaba muriendo rápidamente…

Mi culpa, nada más que mi culpa. El miedo, la desesperación. No olvidaré la cara de dolor de los padres de Blue al enterarse del asesinato de su querida hija, es algo… indescriptible, el dolor de la mirada de su padre, las lágrimas de su madre, la tristeza disfrazada de cólera de su hermano, y su hermanita pequeña, que aún no asumía que no volvería a ver a su hermana mayor. Nadie lo hacía. Estuve encerrada mucho tiempo en mi habitación, de vez en cuando, me parecía escuchar la melodía de piano que Blue tocaba para nosotras solas, el sonido me envolvía, me reconfortaba, y en cierta manera, me hacía pensar que ella estaba aquí todavía. ¡Cuánta falsa ilusión! ¡Toda mentira! ¡Pobre desgraciada que soy! Sí, sí, pero aún era pronto para cerrar heridas… 

No dormía, no comía, y mucho menos me movía por la habitación, solía estar siempre en el mismo sitio, cerca de la ventana, por si Blue aparecía por la entrada algún día, ¡sólo me quedaba soñar…! Pero por mucha gente que entrara, nadie era ella. Lágrimas corrían por mi rostro. Yo no había perdido a una simple amiga, ella fue la hermana que nunca tuve, y en cierto modo, siempre lamentaré mi error. La culpa me come por dentro.

Oí un golpecillo en la ventana que me sacó del trance, era de noche, como una loca, me asomé a la ventana y miré al suelo: nadie.

- Ey, aquí.

Levanté mis cansados ojos hacía el árbol que crecía junto a mi ventana, era él, Will, ¿Qué demonios hacía aquí?

- Menuda cara que te gastas… - al ver que yo no le reía la gracia, carraspeó y se acercó todo lo que daba la gruesa rama del árbol.

– Esto… Lo siento, no pude hacer nada.

- Fue… mi… culpa – me costó hablar, tenía la garganta muy seca.

- Echándote la culpa nunca dejarás que tu corazón sane.

- Me da igual que no sane. Puedo soportar el dolor, la vida se construye a base de eso, sufrimiento y resignación.

- Deberías superarlo, olvídalo, tú sigues viva, vive la oportunidad que se te brindó, sal adelante.

- Ella habría sabido aprovecharla mejor que yo. Mi alma está rota.

- Cobarde. Confía en la gente, no vale nada esperar a que entre por la puerta algo que nunca lo hará.

- ¿Y tú? ¿Sentiste lo que yo? ¡Tú no fuiste culpable de lo que te pasó! ¡Sólo fuiste una víctima! Hablas, ¿pero acaso sabes de lo que hablas? ¡Yo soy culpable, la maté, murió por mi miedo, por mi culpa! – me eché a llorar.

- Claro, no del mismo modo, pero lo superé, a mi manera, lo hice, sigo ganándome la vida de un modo poco honesto, juego con los sentimientos de muchas mujeres, no confío en nadie, no me merezco su confianza, sin embargo, algunos la depositan en mí. Me hace gracia ver como personas inútiles como tú se hunden en su propio charco de mierda.

- Finalmente te quedarás sin gente que confíe en ti, juegas con nosotros, te ríes... Créete superior, sé feliz, más propenso a desgraciado.

- Pero sigo vivo. Ese es el objetivo. Y lucho por él. Yo no pedí vivir, pero una vez estás en la jaula del juego, ya no puedes salir, y si lo haces, es que estás muerto, moriré algún día, eso seguro, ¿que cómo? No lo sé. Prefiero morir dignamente, es mejor que esperar sin hacer nada a un milagro que nunca sucederá mientras me van echando de la jaula sin que me dé cuenta.


Intenté replicarle, pero no pude. Me ganaron las lágrimas y se me cerró la garganta. No sé durante cuánto tiempo lloré, pensé que Will se habría ido, que pasaría de mí pero cuando levanté la cabeza ahí seguía, esperando. Al final me relajé y le pregunté qué quería, me contestó que quería que le hablara de Blue, todo lo que pudiera, le interesaba saber qué relación podría tener ella con el hombre de aquélla noche, que era el mismo que entró en su casa hacía no sé cuánto tiempo. Se iba a ir, iría detrás del hombre para clamar venganza o bien buscar a su hermana, si por suerte seguía viva. Se lo conté todo. Amanecía cuando acabó la conversación, se levantó, y sin despedirse saltó del árbol.
En ese instante me di cuenta de lo que tenía que hacer.

- ¡Espera! Por… Por favor, quiero ir contigo.


Durante unos segundos interminables no me miró, estaba de espaldas y no podía verle la cara, finalmente se giró y me puso su sonrisa arrogancia. Sabía que iba a tener que ver esa sonrisilla más a menudo de ahora en adelante. 
Cuando llegué junto a él sólo me hizo una pregunta:

- ¿Estás segura de por qué quieres hacerlo?
- Sí.

Sin mirarnos, comenzamos el camino, en mi oído podía oír aquélla melodía de piano de Blue. Siempre tendría claro lo que buscaba: la paz de mi corazón, y la de ella también.